Lewis Hamilton se molestó con el único coche que llegó a adelantarle en el GP de Gran Bretaña: “El safety car tiene que ir más rápido, es demasiado lento para nosotros…”. Se impacientó, no está acostumbrado a perseguir, aunque fuera circunstancial. Dos accidentes fuertes condicionaron la primera mitad de la carrera y le obligaron a esmerarse en las resalidas. A partir de ahí se presumía paseo por la campiña inglesa, en un día soleado pero ventoso, y triunfo implacable en Silverstone, el séptimo en casa para él. Jugó con Valtterin Bottas, le ofreció una diferencia controlable, y se divirtió. La gracia es que luego Hamilton tuvo que sudar de lo lindo para cruzar bajo la bandera a cuadros sin una rueda, derrapando en las últimas curvas sobre un Mercedes incontrolable. Pero primero, claro.
Los dos coches negros estuvieron en su planeta casi toda la carrera hasta que volvieron a la realidad, de golpe, cuando a dos vueltas del final reventaron ambos el neumático delantero izquierdo, castigadísimo. A Bottas le dejó sin puntos, lo increíble es que Lewis no perdiese el liderato frente a Max Verstappen, arrastrándose hasta alcanzar la meta con cinco segundos raspados de ventaja, “luchando por sobrevivir sin perder los nervios”.
El domingo había sido tan plácido para el neerlandés, muy inferior a Mercedes y muy superior al Ferrari de Charles Leclerc, que su equipo se despistó, se dejó llevar y no supo convertir el problemón de Hamilton en una victoria: le pararon por segunda vez para buscar la vuelta rápida cuando delante el británico se defendía a la pata coja.El monegasco acabó tercero, champán impensable antes de empezar gracias al drama de Valtteri y mucho premio para tan poco monoplaza. Pero ahí está, dos podios en cuatro carreras, sacando de donde no hay.