LOS ANGELES. Es muy pronto. Y hay que insistir: es muy pronto. Y no está de más repetirlo y recalcarlo hasta la saciedad: es muy muy pronto. Lo sabemos todos. No hay excusas ni medias tintas. Tampoco lecturas arriesgadas. Para sacar conclusiones estamos en una parte tan temprana de la temporada que es hasta vergonzoso hacerlo. Pero, incluso así, es casi objetivo asegurar que los Lakers tienen un dilema con Russell Westbrook. Esa estrella estrellada, ese jugador convertido en leyenda, esa leyenda menospreciada y ese deportista denostado que la gente admira desde fuera pero casi nadie quiere para su equipo. Porque sí, es muy pronto para convencernos de todas las formas posibles que el base va a suponer un problema para los Lakers. Pero lo que sí es seguro, es que es imposible asegurar lo contrario.
Westbrook aterrizó en los Lakers el pasado 30 de julio. Lo hizo a cambio de Kyle Kuzma, Montrezl Harrell y Kentavious Caldwell-Pope. El primero y el tercero participaron en el anillo de 2020; el segundo no cuajó el año pasado. Pero, de una forma u otra, cuando Westbrook llegó a Los Angeles (junto a dos segundas rondas que los Wizards también soltaron), todo el mundo se preguntó: ¿qué hacen los Lakers? Porque sí, los angelinos buscaban un golpe de efecto para volver a optar al anillo este curso, algo que no pudieron hacer en el último, en gran parte, de las lesiones. La avanzada edad de LeBron (cumplirá 37 años en diciembre) y el castigado físico de Davis obligaban a reforzar la plantilla para poder competir con los grandes equipos de la competición. Sin embargo, nadie sabe si eso se conseguirá con Westbrook, y muchos ven con cierta reticencia un movimiento cuestionado desde el inicio.
Por un lado, los Lakers se deshacían de los 13 millones de Kuzma, los 9 de Harrell y los 13 de KCP, con lo que podrán pagar casi la totalidad del salario del flamante fichaje. Pero la cabida deportiva del propio base, y la dificultad que genera su enorme sueldo, provocará un doble problema: en el esquema de juego y en la parte directiva, que se quedaba sin prácticamente margen salarial para reforzar una plantilla empobrecida y, en esos momentos, bastante corta. Y que se ha rellenado con una infinidad de contratos mínimos de veterano (Howard, Carmelo, DeAndre Jordan, Rondo…) que han elevado en exceso la media de edad de la plantilla y ha suscitado muchas reticencias a pesar del enorme conglomerado de espectaculares nombres que se han juntado en Hollywood.
Y luego está la parte deportiva, claro. La cabida de Westbrook en un esquema de juego distinto a uno en el que tenga todo el tiempo el balón es casi inimaginable. Y en los Lakers, con LeBron o generadores de juego salidos desde el banquillo como Rajon Rondo, es prácticamente implanteable. Sus minutos con Rondo en pretemporada o en el partido inaugural contra los Warriors han sido de una falta de sincronía tremenda y el suplente es más efectivo en sus minutos que el titular. Y Rondo también se complementa mucho mejor con un LeBron que también necesita el balón. En dicho partido inaugural, por cierto, 8 puntos, 5 rebotes y 4 asistencias en 35 minutos, números pobres que no repetía en tanto tiempo en pista desde el 10 de noviembre de… 2009. Casi nada.
No se queda ahí la cosa: Westbrook no es un gran tirador de tres (apenas un 30% durante su carrera) y nunca ha desarrollado el catch and shoot. Tampoco los Lakers, con jugadores interiores de perfil defensivo, tienen jugadores similares a Steve Adams o Enes Kanter, receptores en Okalhoma de sus increíbles pases. Y en la defensa tiene una eterna asignatura pendiente que nunca ha conseguido mejorar ni, aparentemente, ha puesto demasiado interés en ello. Y en un equipo campeón, parece difícil sostener durante mucho tiempo una titularidad de 35 minutos por noche sin defender. Especialmente con un entrenador de dicho corte como Frank Vogel, una exigencia muy grande y un estreno ignominioso: además de todo lo dicho, un -23 con él en pista. En otras palabras, un desastre.
Ganar o contentar
Cuando una estrella de la dimensión de Westbrook, con su aura y su salario, llega a un equipo, es muy difícil apartarle de raíz. Viene de conseguir la cuarta temporada de su carrera promediando un triple-doble, de liderar a los Wizards a los playoffs y de reconciliarse parcialmente con la opinión pública. No es, en todo caso, la situación de Carmelo Anthony, un jugador al que le ha costado adaptarse a un nuevo rol y a unos nuevos tiempos, pero que llega de tener un papel secundario en los Blazers y ha asumido uno similar, o incluso más tirando a residual, en los Lakers. Westbrook llega en un buen momento, con mucho más dinero comprometido y un caché que impide dejarle en el banquillo. Al menos, para cualquier entrenador con dos dedos de frente, incluido un Frank Vogel que ha empezado dándole el puesto de titular. Al principio, esto tiene que ser así. Pero no tiene porqué ser así para siempre.
Ahora bien, hay que encontrar el equilibrio. Vogel puede aguantar con Westbrook de titular, pero si la situación se mantiene y, como hasta ahora, funcionan mejor otras combinaciones, tendrá que reducir sus minutos mientras procura que la estrella no haga alarde de su ego ni sus ínfulas de grandeza y transforme así una buena química grupal en una con un problema que, en la NBA actual, se puede convertir en irresoluble en apenas unas semanas. Ahí está el verdadero matiz de los Lakers si Westbrook sigue haciendo alarde de una mala selección de tiro, de la búsqueda de sus estadísticas individuales y de su errático comportamiento. De momento, parece difícil encontrar el lugar del base en el esquema de juego de un equipo que quiere aspirar al anillo. Pero, como hemos dicho, queda un pequeño consuelo para los Lakers. Que todavía es pronto. Muy pronto.